Young Knight - III

Este es el tercer y último relato de la serie y pierde gran  parte de su sentido si no se leen antes los otros dos, (así que los dejo por aquí: primero y segundo) más que nada porque es el relato que termina de conectarlo todo.
El tema de este era el acero y su producción, me fui un poco del tema, pero bueno... con acero tiene que ver... es el que menos me gusta de los tres, pero hoy me siento generosa conmigo misma y me lo puedo perdonar, espero que vosotros también.



El muchacho observa el metal deformado, sentado pacientemente, esperando sin saber a qué.

Ciertamente es joven y tiene cara de niña, ese tipo de cara que hace que no te tomen en serio, pero es uno de los mejores caballeros de la orden y nada tiene esto que ver con la sombra alargada de su padre, cuyo nombre suena como un eco a su paso. Se ha ganado su lugar a golpe de mandoble y nadie puede quitarle eso.

Empuña el arma, haciéndola oscilar en el aire, recordando el juego de pies en su cabeza e imaginando un oponente al que vencer. Entrecierra los ojos, listo para luchar; da un paso a la derecha, finta evitando el ataque contrario, tan rápido que el aire no llega a alterarse, lanza un golpe fácil de evitar para que se confíe y descuide su flanco izquierdo, amaga un mandoble la izquierda y remata, certero y letal. Deja caer de nuevo la espada, marcando el suelo y manchándola de tierra… aun no se ha levantado, pero solo necesita una buena razón para hacerlo, concluye, antes de que esta vuelva a sus manos, ya limpia.

Cabecea en su espera, matando el tiempo sin necesidad de incorporarse para enfrentarlo, repasando el filo curvo con su pulgar; puro acero, se había asegurado de que así fuera, consultando a los mayores expertos que conocía en ese tipo de armas... pero el villano hace su aparición finalmente, enfundado en negro y tratando de cubrir su rostro. Se incorpora, haciendo que su armadura cruja al forzarla a hacer ese movimiento sin desatarla, tiene su espada y ya lleva el escudo blanco marcado en rojo a la espalda, pero una fuerza ajena le rodea la cadera, manteniéndolo en su lugar.

-Es el malo, tengo que cumplir mi misión y salvaros- le reclama a la mujer, exigiéndole ponerse en pié.

-Está armado- se excusa ella, tratando de disuadirlo de una muerte segura.


-Y yo- dice el niño, agitando la cuchara metálica en medio del supermercado, junto al pasillo de los cereales- y listo para luchar- la madre le posa una mano sobre la cabeza, dejándolo en su sillita; sin darle siquiera la oportunidad de demostrar su valía, humillado y llorando.

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