Cómeme

Este relato es parte de un reto que era "Caperucita Roja en la actualidad", quería jugar con la idea de los distintos finales y los cambios en el control y la perspectiva... no estoy 100% satisfecha con el resultado, pero tengo que subir algo.

Espero que os guste pese a todo.


El latido acelerado me retumba en los oídos. Piso en húmedo y rígido, como si el bochorno se hubiese condensado sobre la tierra. Viscoso y hediondo. Huele a sudor y a orina, pero por sobre eso huele a carne tierna, a sangre nueva. Gruño por lo bajo, respaldado por la oscuridad, deslizándome entre los cuerpos retorcidos. Confundiéndome con las sombras. Mi respiración no osa delatarme, solo mis ojos brillan en la penumbra del espacio saturado en el que cuesta avanzar, en sigilo, sin tropezar. Mi territorio.

Una mano curiosa y breve repasa mis cuartos, justo donde empieza la cola, puntualmente valiente, desapareciendo antes de que tenga que darle importancia, enfocado. Al acecho.
Mi presa se marca antes de que pueda tantear mis opciones, alejada de su manada, perdida, cubierta de rojo. Tentándome. Me relamo, repasando el filo de mis dientes con la lengua, secándome el sudor de las zarpas; lanzándome al ataque.


La expectación me tensa los músculos, espesándose como energía cinética sobre mi piel, y me muevo; abandonando la barra y mi bebida, que hace ya rato solo es hielo derretido con un regusto lejano a vodka, acercándome al vestido que esconde a la chica, la que baila sola, entre la maraña de cuerpos sudorosos que botan al ritmo de la música.


Le rodeo la cintura, pegándola a mí antes de mirarla a los ojos y comprobar su estado. La tela del vestido está húmeda y eso me parece erótico y refrescante por alguna razón, tiene el pelo suave y huele a lago… flores, supongo; me intoxica por sobre el olor a tabaco y alcohol que arrastro yo. Dulce. Tiene los ojos despejados y hambrientos. Sobria. Pese a todo no me aparta… es esa clase de chica, pero yo soy esa clase de chico.

Su espalda se adhiere a la mía, con las dos prendas en medio, lubricando nuestro roce, separando nuestros cuerpos; por lo que la necesidad de conocerla guía mis manos por sobre el fluir constante de su vestido… parece una niña, me gusta, y yo debo gustarle también, porque coordina sus movimientos con los míos. Chocando. Tocando. Bailando. Hasta que me tiene a punto, jadeando en su oído.

-Vamos- grita en el susurro que tardo más en procesar que en recibir; despegándose, lo que me deja confundido, porque sentía que nos habíamos deshecho y fundido, como el barro y la lluvia, pero el calor era tal que la lluvia se había secado, dejándome duro. Gruño como toda respuesta, frustrado, pero tira del borde de mi camiseta arrugada, animándome a seguirla con la silenciosa promesa de algo mejor.


Salimos a la calle y se enciende la realidad, la misma que parpadeaba intermitentemente ahí dentro. El frío se me escarcha en el alma, el suelo se siente extraño y mis pies se mueven raro. He perdido el sudor, pero he encontrado la orina, huele tan fuerte que se me baja la erección y se me frunce el ceño… pero ella sigue andando en la noche de estrellas a ras de tejado.
No me gusta esto. Me gusta la música que no suena, me gusta la oscuridad y el silencio del ruido, me gusta la escasez de palabras, me gusta tocar sin permiso, me gusta la falta de de aire, me gusta el calor y sudarme, me gusta hacerlas gritar sabiendo que la música es más fuerte, me gusta seguir ese ritmo, me gusta hacerlo con ropa, me gusta perderme después, me gustan las desconocidas, me gustan los rollos de un minuto, me gusta sentirlas correrse pero nunca oírlas. El calor vuelve a mi cuerpo, pero evita deliberadamente la entrepierna.

No tengo tiempo para juegos.

-¿A dónde vamos?- pregunto.

-¡Oh! Hablas- murmura divertida –a casa de mi Abuelita- contesta finalmente viendo mi ceño fruncido.

¿A casa de su…?

-Mi casa está cerca… el camino es corto- replico dándome la vuelta y esperando a que me siga.

No estoy dispuesto salir de mi territorio y arriesgarme así a que me pillen.

No, me la llevaré a mi casa… para comerla mejor.

Sigue sosteniendo al borde de mi camiseta, como si tuviese miedo de que huya si llega a soltarme, como si temiese perderse y que le hiciesen algo malo, como si fuese a protegerla. Completamente confundida.

Son solo tres minutos. Tres minutos de llovizna y de golpes sordos de pasos en la calle vacía… no me gusta, el viento mea de cara y al suelo le falta adherencia. Tres minutos tratando de recuperar la fantasía, pese a que el frío me inste a dejarla dentro de los pantalones. Tres minutos, pero el silencio pesa tanto que no sé si se me levantará. Tres minutos antes de llegar a mi casa.

No huele a orina, pero siempre huele a sudor y esta vez no es la excepción, pero a ella no parece importarle… tampoco esperaba que lo hiciese. El montón de ropa sucia de la esquina, los platos por fregar, la manchas de humedad que recorren con dedos temblorosos la pared, el ruido de los vecinos discutiendo. La realidad solo deja un hueco estrecho para que pase la fantasía, un hueco del tamaño del filo de un cuchillo, un hueco por el que apena se filtra la luz de la farola de la acera de enfrente. 
Pero la he traído aquí para algo.

La observo, en pie, demasiado asustada para intentar huir.

Me acerco a su boca y le saco a la fuerza un beso con mis labios, en un forcejeo que rápidamente se convierte en un desorden de mordidas, quejidos y jadeos inconexos. Mi presa está acorralada, temblando de miedo y anticipación, bañada en su propio jugo… picante. Lista para ser devorada. Aspiro el olor que se condensa en la curva de su cuello, junto al punto sensible donde resuena el eco de su corazón, deshaciéndome de la capa de piel que separa su carne de mis dientes. Le tiemblan las piernas.

No lleva ropa interior… para comerla mejor.

Es tan frágil que quiero hundir mis dedos en su piel y romperla; muerdo, araño, tiro y empujo, mientras trata de defenderse, pero sus manos resbalan por mi cuerpo, inútiles.


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Cae de rodillas, rogando perdón con la boca llena… siendo realmente convincente, pero sus labios se tensan y su boca se vuelve egoísta.

Muerde, y la piel cede bajo sus dientes, y la carne se desgarra y mi cerebro explota en el éxtasis de sensaciones. Sube hasta mi estómago y se entretiene ahí. El suelo asciende hasta servirme de asiento, facilitándole la tarea, pero no percibo otra cosa más que su boca sobre mi piel, experimentada y silenciosa. Me gusta. Sigue subiendo una vez mis tripas se han derramado por el suelo, porque, al parecer, prefiere entretenerse con mi cuello y ahí se queda. Mordiendo. Lamiendo. Bailando. Hasta que me tiene a punto, jadeando en su oído.

Me aparta el pelo de la frente antes de levantarse y mi cabeza se ladea, hasta colgar inerte a un lado, junto a los hombros, por un ridículo hilo de carne que se empeña en mantenerla unida al resto del cuerpo. Vuelve a vestir de rojo, pero esta vez es todo mío. Gotea. Borracha.

-Comí demasiado otra vez- murmura divertida –la abuelita va a enfadarse.

Recoge su vestido y se va, llevándose el olor a flores y dejando solo el olor a sangre y a sudor. Dulce. Pero yo solo puedo pensar en que me he dejado la chaqueta en el bar.


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Cae de rodillas, rogando perdón con la boca llena… siendo realmente convincente, pero sus labios se tensan y su boca se vuelve egoísta. Acabando con el juego antes de que tenga tiempo de apartarme. Salpico su inocencia empañada de blanco… o me corro en su cara, depende de cómo de cansado de metáforas estés.

Se restriega, esperando un poco de calor, pero yo ya no tengo hambre y se me empiezan a cerrar los ojos. El aguante nunca ha sido uno de mis puntos fuertes, pero la dejo quedarse a dormir. Ha estado bien. Tres minutos de frío y medio de calor. No debería quejarse tanto… está demasiado sobria, ese es el problema.


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Cae de rodillas, rogando perdón con la boca llena… siendo realmente convincente, pero sus labios se tensan, su boca se vuelve egoísta, y vuelve el lobo. Quiero comer ya. La aparto de un empujón, puede que demasiado violento, porque se le parte el labio, pero me agrada el sabor de la sangre, así que la beso de nuevo.

Rodeo su cuello porque algo me dice que va a gritar y la arrastro a la cama, ya que ha tenido que traerla hasta aquí mejor aprovechar y ponerme cómodo. Tanteo entre sus piernas, se ha meado del susto… sudor y orina, eso me prende aun más. Su latido acelerado marca el ritmo de la música. Me gusta. Cierro los ojos, gruñendo en su pelo mientras me froto contra ella.

Está temblando. Le lamo la mejilla. Dulce. Y entro sin esperar más. Grita, así que me aferro de nuevo a su cuello como ella se aferra a mí por dentro; no me gusta que mi presa se revele, me gusta que estén inconscientes, sumisas, antes de empezar a devorarlas, pero termina por rendirse y coordina sus movimientos con los míos. Chocando. Tocando. Bailando. Hasta que me tiene a punto, jadeando en su oído.

Y, esta vez sí, la devoro.

Todo se llena de sangre y mi semen chorrea, hasta el colchón… no he sido tan bestia… ¿Su primera vez? Nadie lo diría, se movía como una experta. Me encojo de hombros levantándome para encontrar su ropa, sacándola de ahí.

Cae en la acera sin intención de levantarse. Sigue temblando. Le escupo que se vaya, que no quiero problemas, antes de volver a la cama. Viscoso y hediondo. Ya cambiaré las sábanas mañana.

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